El conductor del tiempo que jugaba con relojes
Jesús López-Terradas, junto a sus socios Pedro y Santiago Ortiz Rey, lleva casi seis lustros encargado del mantenimiento del reloj más importante de España
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Tres pisos y 43 peldaños a través de una estrecha escalera de caracol. Ese es el camino que conduce a la caja del reloj de la Puerta del Sol de Madrid. En una pequeña habitación cuyas paredes son las cuatro esferas de esta majestuosa ... joya y cuyo interior lo llenan las pesas, agujas y engranajes que componen su maquinaria, Jesús López-Terradas espera a ABC. Es la una de la tarde de un frío día de diciembre y la claridad que se cuela al trasluz de las enormes caras inunda la habitación. La música de la cita la pone el sonido del inmenso péndulo, situado una planta más abajo. El histórico relojero lleva desde las 8.00 horas atendiendo las habituales entrevistas con los medios de comunicación, que a estas alturas del año, una vez más, vuelven a hacerle protagonista indiscutible de la actualidad.
«Esa de allí es la que da a Sol». López-Terradas no tiene ninguna duda. Tras casi seis lustros a cargo de su mantenimiento, conoce los recovecos del lugar como la palma de su mano. «Lo que es la palabra reloj es el conjunto de la caja, las esferas y la máquina. La caja es la torre. Hay cuatro esferas y luego la máquina», desgrana. El trabajador señala con sus dedos lo que va contando, mientras explica con mimo el papel de cada cosa: «Esta es la máquina del reloj, que tiene tres partes: la central, esa es la que mueve las agujas y la que lleva todo. Luego, esa parte, cada quince minutos hace funcionar los cuartos y aquella, hace funcionar las horas».
Mientras habla, como si se hubieran puesto de acuerdo tras tantos años conociéndose, el reloj hace sonar un cuarto. La relación de Jesús con Sol se remonta a finales de los 90 del siglo pasado. En concreto, a los años 1995 a 1997, cuando la Relojería Losada, que desde 1981 posee junto a sus socios Pedro y Santiago y su hermano Juan, ganó un concurso de la Comunidad de Madrid para llevar a cabo este trabajo. «Supuso como siempre que participas y ganas, te da alegría», dice entre risas.
Nacido en una familia de relojeros –su bisabuelo, su abuelo, su tío y su hermano también lo han sido– López-Terradas lleva el oficio en sus venas. «Yo jugaba con relojes viejos. A armarlos y desarmarlos», recuerda con ternura. «Cuando has vivido eso, pues claro, te gusta, afortunadamente», añade, después de confesar que, cuando de niño pasaba por delante de la Real Casa de Correos, nunca imaginó que acabaría manteniendo esta joya decimonónica. «En absoluto, de verdad, no».
Un trabajo de todo el año
El cuidar el reloj más importante de España es mucho más que vigilar que funciona el 31 de diciembre. Conlleva tareas semanales de mantenimiento. Estas se extienden durante todo el año y la cercanía de la Nochevieja no hace que en diciembre haya más sesiones. «Vengo yo normalmente», explica el 'guardián de Sol'. «Si no estoy, por vacaciones, trabajo o lo que sea, vienen Santi o Pedro», narra López-Terradas.
A pesar de trabajar con una máquina del tiempo, admite que no suele llevar hora para muchos de sus quehaceres. Tampoco para este. «Venimos a hacer lo que haga falta», detalla. «Miras, subes las pesas, engrasas el reloj, engrasas la ruedas, miras las palancas… lo limpias, lo dejas como tiene que estar», resume tajante.
«Yo lo que espero es a la última campanada, para escuchar a las personas. ¡Qué alegría! ¡Qué gusto!
Jesús López-Terradas
Relojero de la Puerta del Sol
La labor que llevan a cabo los tres profesionales ayuda al reloj a llegar en perfecto estado cada 31 de diciembre para la Nochevieja y cada 30 para las preúvas, que se celebran justo 24 horas antes de que termine el año. «Nos hemos preocupado de que mientras estemos nosotros el reloj funcione bien. Aquí no vale mentir», dice López-Terradas, que confiesa que en sus poco habituales pesadillas nunca se ha parado. «Si sueño con eso, salgo corriendo a repararlo», ríe. Los profesionales están tan convencidos de que saldrá bien, que ni siquiera cuentan con un plan B por si algo falla. «Salir corriendo», bromea el relojero al respecto. «Por el tejado», continúa cuando se le refiere a la cantidad de gente que esperarían en la plaza.
Precisamente, esa muchedumbre es la que alegra las Nocheviejas del relojero. «Yo lo que espero es la última campanada para escuchar a las personas. ¡Qué gusto!», recuerda sonriente el hombre, que no ha faltado ningún 31 de diciembre a su cita con el reloj de Sol.
«Nosotros venimos a las once de la noche. Estamos aquí, desde abajo escuchamos la hora cómo suena, con los altavoces. Comprobando todo. Pendientes por si hubiera cualquier cosa, que no lo creo. Porque estamos aquí todo el año, todas las semanas… pero, al fin y al cabo es una máquina», expresa Jesús, que asegura no sentirse imprescindible –«nadie lo es»– y detalla que no tienen un papel específicamente asignado para esa noche, sino que cualquiera de los tres puede hacer lo que sea.
«Y estamos aquí, pendientes de que toda la plaza se llena de personas», lanza el relojero, que describe a la perfección el sonido de la Nochevieja en la abarrotada Puerta del Sol de Madrid. «Cuando va a bajar la bola –que solo se acciona el mismo 31 por la noche y el 30– todo el mundo se calla, hasta que da la última campanada».
«El día que tenga que dejar de venir se acaba y se acabó, como todas las cosas de la vida»
Jesús López-Terradas
Relojero de la Puerta del Sol
Las de este año serán sus vigésimo octavas campanadas y si echa la vista atrás, aunque generalmente para él sea, en sus propias palabras «un momento de alegría», López-Terradas también ha vivido cambios de año completamente diferentes y que se escapaban del imaginario de cualquier mortal. En concreto se refiere a uno: el paso de 2020 a 2021, cuando por las restricciones derivadas de la pandemia del coronavirus, se prohibió el acceso a la Puerta del Sol al público. «Yo creo que es la peor vez que he estado aquí. Porque no escuchar nada, saber que no hay nadie, que no hay sonido, de lo peor… mucho más triste», lamenta.
Casi tres décadas sin uvas
A pesar de todo, el relojero, que, por consiguiente, lleva casi 28 años sin tomarse las uvas, se muestra «encantado» de dirigir los primeros compases de un nuevo año y los últimos del anterior. «Lo volveré a hacer», responde a la pregunta de si tomará las uvas cuando ya no vaya al reloj. «Me voy a acordar de cuando estaba aquí, pero lo haré. Estaré con mi mujer, mis hijos y mi nieta. Aunque a lo mejor lo echo de menos», se sincera. No obstante, por el momento piensa seguir acudiendo a su cita anual: «Y tan a gusto», sonríe, «y el día que tenga que dejar de venir, pues se acaba y se acabó. Como todas las cosas de la vida, sin más».
Por el momento ese día no ha llegado y en algo más de 48 horas el país entero mirará al mismo punto, al reloj de la Puerta del Sol. En su interior estarán Jesús, Santiago y Pedro, junto a compañeros de mantenimiento, trabajando para que los que quieran puedan tomarse las uvas. Cuando suene la última campanada, encenderán el luminoso de 'Feliz 2025' entre la alegría desatada a pie de calle. El brindis, «por descontado», se celebrará también en el interior de la torre. A eso de la 01 de la madrugada, volverán a casa, con el placer del deber bien hecho. Tocará bajar una vez más las 43 escaleras de caracol. Pero por poco tiempo: la semana que viene, habrá que volver a cuidar esta joya madrileña.
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