No es nada personal

Opinión

En una de las últimas citas del Consell de la República, hay un momento en que después de estrecharle la mano, Toni Comín trata de abrazar a Carles Puigdemont. El expresident, en un gesto reactivo, lo esquiva. El lenguaje gestual denota la pérdida de confianza que ha trascendido después y la caída que ha certificado su estrepitosa derrota en las elecciones a la presidencia de un órgano que tan siquiera tiene interés mediático por el chismorreo independentista.

El paso de Comín del junquerismo al puigdemontismo ha querido proyectar durante los últimos años el abandono de Esquerra a los exiliados, a los suyos propios y al independentismo. Hasta que su figura ha resultado un lastre. El expresident le ha dejado caer en un gesto típico de los liderazgos que se encuentran en fase de transición. Por allegada que sea la persona, por momentos difíciles compartidos, la necesidad de mantenerse a flote lleva al líder a prescindir de cualquiera de forma implacable. La historia, la de Catalunya también, está llena de abandonados que nunca llegaron a comprender en qué momento ni por qué dejaron de ser útiles a quienes les sostenían.

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La noche del retorno de Josep Tarradellas, el 23 de octubre de 1977, se vive uno de estos momentos crudos. En el Palau de la Generalitat entre el barullo de gente un periodista intercepta a Lluís Gausachs. El fiel secretario personal responde que ya le gustaría estar cerca del president en estos momentos, pero vaga por el salón Sant Jordi descolocado. El político le mantendrá en su gabinete, pero no como secretario. Gausachs, ligado al exilio, no conoce a nadie en la Catalunya que Tarradellas debe gobernar.

Mayo de 1980. Cuando Jordi Pujol sale investido president del Palau se da otro episodio parecido. Miquel Esquirol, la persona que ha sido su chófer en los últimos tiempos, además de ser uno de los fundadores de Convergència Democràtica, es ninguneado. “No, tú no”. En el coche oficial tan solo hay lugar para el president y su nuevo hombre fuerte, el secretario de la presidencia, Lluís Prenafeta. El fiel chofer en ese momento ya forma parte del pasado. Otros tomarán las riendas.

El eurodiputado Antoni Comín, interviene durante el acto de presentación del nuevo gobierno del Consejo de la República, a 1 de marzo de 2024, en Ribesaltes (Francia). Durante el acto, se presenta el nuevo Gobierno que abre la legislatura durante los próximos dos años. La presentación tiene lugar un día después de que el Supremo anunciase la investigación a Puigdemont por terrorismo. El Consejo de la República es una organización privada que busca organizar y promover la independencia de Cataluña tras la declaración unilateral de independencia de Cataluña de 2017.

Toni Comín y tras él, Carles Puigdemont en Ribesaltes (Francia) en marzo de 2024

Glòria Sánchez / EP / Archivo

Gausachs y Esquirol no tienen nada que ver con Comín, pero ejemplifican bien la frialdad de los líderes con sus allegados en momentos en que estos necesitan afianzar su poder. Hoy en la política catalana, Carles Puigdemont, pero también Oriol Junqueras, están en esta situación. Después de un cierto tiempo en un plano menos expuesto han recuperado el protagonismo y la dirección clara de sus partidos.

Sin embargo, son dos liderazgos de transición que luchan por continuar mientras la vieja política del independentismo que han representado no acaba de desaparecer y los nuevos líderes que les sustituirán no florecen. En esta situación, el entorno de los líderes es altamente volátil. En el futuro es probable que veamos nuevas caídas en desgracia de allegados suyos que hoy parecen inauditas. No será nada personal. Solo política.

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