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Bolsos de Chanel, sueldos de 8.000 euros y viajes alrededor del mundo: mi vida infiltrada en el servicio de una familia de ultrarricos

La francesa Alizée Delpierre se hizo pasar por una empleada de hogar para destapar la 'explotación dorada' que sufren los que trabajan para los más adinerados. "Siempre somos los ricos y los pobres de alguien", dice la autora de 'Servir a los ricos'

Un aprendiz de mayordomo sirve una copa de champagne a la directora de un curso de formación.
Un aprendiz de mayordomo sirve una copa de champagne a la directora de un curso de formación.Olivia Harris
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Tostadas con salmón a precio astronómico en la azotea de un céntrico hotel de París, un miércoles cualquiera, a mediodía, con una copita de champagne. Estar, en la misma semana, en ciudades tan distantes como Londres y Nueva York. Disponer de jet privado y de un chef que cocine manjares cuando apetezca salir con el yate y pasar unos días en la Costa Azul, o en Ibiza, y una nanny que evite que los niños alteren la calma. De modo que uno pueda dormir tranquilo en un espacio que siempre está limpio, incluso reluciente, prácticamente a estrenar. Pero nunca porque lo haya hecho uno mismo sino otro que a menudo es mujer, casi siempre migrante y que, en el caso de las personas más ricas del mundo, suele vivir en la propia casa, o bien muy cerca, quizá en en una casita pequeña al lado de la mansión.

Así viven aquellos a los que la sociología llama «ultrarricos», que cuando pagan a alguien por hacer las cosas están pagando tiempo, el que necesitan para seguir amasando dinero, en muchos casos también trabajando mucho, pero con un ocio y un descanso que pocos podrían alcanzar. Por ejemplo, los 29 milmillonarios que había en España el año pasado, según la clasificación anual de la revista Forbes. La cifra aumenta constantemente y sigue una tendencia mundial: cada vez hay más milmillonarios. Es decir, que los ricos del mundo no paran de enriquecerse más. En el ranking, nuestro país ocupa el décimo lugar. Es más, el 2,4% de la población española ya es millonaria.

Lo que se conoce menos es su intimidad, el orden y las dinámicas que siguen en sus hogares y qué relaciones establecen con aquellos que cada día les sirven -no se extrañe por el término, lo entenderá más adelante-. No es raro que existan hasta contratos de confidencialidad, de forma que ningún trabajador exponga la privacidad de los más ricos del mundo. «Cuantos más criados tienes, más riqueza muestras. Si tienes un hombre mayordomo lo pagarás más que a una mujer, y serás más rico que si tienes sólo criadas, a las que si provienen de la inmigración seguramente pagues menos», dice Alizée Delpierre, una socióloga francesa que se tomó el trabajo de campo verdaderamente en serio y se convirtió en una empleada a tiempo completo en las casas de varios ultrarricos para dar testimonio de la estructura que allí rige.

Tampoco se extrañe por el uso de la palabra criada, aunque retumbe en su oído y le haga pensar en la Antigua Roma, la de los patricios y los plebeyos. Delpierre la emplea sin miedo porque sabe que, en los casoplones de los que estamos hablando, es una palabra de uso común. Ella ha visto con sus propios ojos, vivido en sus propias carnes, lo que poca gente puede ver. Ha conseguido entrevistar a numerosos ultrarricos y también a muchas personas que trabajan a su servicio, pero nunca a la vez. En unas ocasiones su objetivo era conversar con los adinerados y, en otros, con quienes les atienden.

De todo ello surge Servir a los ricos (Península), un ensayo particular por el asunto que trata y por cómo lo trata. Con un objetivo sociológico, el de esclarecer una desigualdad prácticamente desconocida, y sin reparo en mostrar también la historia propia: clase media, familia sin demasiado anclaje político ni religioso, hijas universitarias... «Siempre somos los ricos y los pobres de alguien», señala con lucidez filosófica en una entrevista por videollamada en la que derrochará capacidad analítica.

Por ejemplo: «He visto que existe un cierto orgullo en servir a los ultrarricos, estas personas hicieron esa elección, entre comillas, tras trabajar en otros sectores y anhelar un sueldo más alto. Encuentran además cierta forma de retribución material y también simbólica en el hecho de servirlos. Como demuestro en mi libro, los criados están en la base de la posibilidad que tienen los ultrarricos de serlo, sin criados no podrían tener la vida que tienen, no podrían trabajar como trabajan, ir a cenas de negocios porque no tienen que cuidar de sus hijos... Para mantener su tren de vida necesitan de asistencia doméstica, y los criados lo saben y están orgullosos de ello. ¿Todos queremos tener buena imagen, verdad? Eso les atrae y les hace aguantar, pero hay un precio por ese paraíso, que es el agotamiento, el sacrificio personal y familiar de no tener vida social. Sirven a los ricos pero ellos no son millonarios, así que esa imagen deseada sólo se vive de forma vicaria».

Se refiere con todo lo anterior a uno de los conceptos fundamentales de su ensayo, el que Delpierre denomina «explotación dorada», que explica así: «El término designa la lógica de sobrepuja que consiste en comprar, a un precio muy alto, la dedicación ilimitada al trabajo por parte de las sirvientas, una especie de superpaternalismo en gran parte inédito en épocas anteriores. A cambio de que les sirvan, las grandes fortunas conceden a sus sirvientas un sueldo, una vivienda y se hacen cargo de varios gastos. Las ventajas económicas y en especie pueden ser considerables: sueldos de ocho mil euros, incentivos de varios centenares de euros, bolsos Chanel y zapatos Louboutin, relojes de lujo, visitas médicas con los mejores especialistas, matrícula en una escuela privada para sus hijos... Cuanto más trabajan y más dóciles se muestran las sirvientas, más compensaciones obtienen, hasta tal punto que, comparadas con otras trabajadoras, las sirvientas pueden parecer afortunadas en lo material. Sobre todo, teniendo en cuenta que, para la mayoría de ellas, el servicio doméstico constituye una alternativa al paro, a la pobreza extrema, al racismo y al sexismo estructurales».

Allá donde van los ricos van también sus sirvientes, de modo que cabe pensar que no está tan mal cobrar ocho mil euros y estar en Londres y en Nueva York en la misma semana, y viajar después a la Costa Azul o a Ibiza... pero cuenta Delpierre que a menudo trabajan en negro, con contratos que no les corresponden o, sencillamente, todas las horas del día; siempre están disponibles. Siempre deben estarlo. Y conformar así una especie de «ecosistema perfecto tras una «máscara dorada donde la explotación bate récords». Una explotación que «se oculta con pequeños acuerdos y compensaciones materiales que no siempre resultan beneficiosas para todas las sirvientas, dado que se basan en el valor subjetivo que les atribuyen los ricos». «Consiste en una entrega ilimitada al trabajo que revela la violencia que ejercen aquellos cuyo dinero legitima su poder», señala Delpierre en su ensayo.

La escritora Alizée Delpierre.
La escritora Alizée Delpierre.EL MUNDO

Lo consiguió culminar trabajando para una familia adinerada en París durante un año, junto a cinco sirvientas, durante varias horas, todas las tardes, cuando los niños volvían del colegio». Incluso viajó a su residencia de verano en China durante los meses de verano, en los que trabajó a tiempo completo, como au pair, junto con seis sirvientas que vivían allí. Pero no fue su única experiencia: trabajó también para una familia con cuatro hijos, «durante cuatro meses, varias horas diarias y durante algunos fines de semana, con dos sirvientas». «Me encargaba de los deberes de los niños, de una parte de su colada, de acompañarlos en las salidas y de la cena familiar», detalla.

Otro asunto del que a Delpierre le apasiona hablar es «la democratización del trabajo doméstico», el hecho de que se pueda acceder a limpiadores por horas a través de apps, por ejemplo, o la externalización de tareas que supone utilizar aplicaciones que traen la comida a domicilio. Y señala que, en esta época, existe también «un nuevo rico que establece cierta distancia con los criados, a los que considera profesionales, mientras que la aristocracia se mantiene en un terreno paternalista con ellos, al ser gente que no sólo ha heredado una fortuna sino que también ha heredado a los sirvientes, y quieren hacer creer que forman parte de la familia». Al igual que, según cuenta Delpierre, «los más ricos de Nueva York transitan el reverso del fenómeno: no quieren parecerlo sino ser como todo el mundo».

Luego está la visión general y la pregunta que subyace, que la propia Delpierre se hace durante la entrevista: «Sabemos que la riqueza no deja de aumentar, todos los años vemos los informes del Banco Mundial y del Banco Suizo y sabemos que cada vez hay más ultrarricos. Hay gente que dice que mejor, porque crearán puestos de trabajo, harán filantropía y acción humanitaria. Sí, esto es real, pero no resuelve la desigualdad de la riqueza y plantea un problema, que la posesión del capital económico da poder político y esto es algo muy problemático actualmente. Estados Unidos nos lo muestra. ¿Hasta qué punto el capital económico da poder político? Yo estoy a favor de que se prohíba acaparar riqueza y eso pasa por los impuestos y los sistemas fiscales».

En ese escenario de azoteas y palacios, de yates, océanos, delicatessen, bolsos caros, colegios de élite, etcétera, «los trabajadores domésticos sostienen y protegen ese mundo inaccesible, idealizado, mientras alimentan la esperanza de su posible ascenso social», puede leerse en el ensayo de Delpierre. Y también algunas declaraciones de ultrarricos que dan aún mayor perspectiva sobre ese ecosistema aparentemente perfecto. Por ejemplo: «Cuando perteneces a cierto mundo, en nuestro caso el de las finanzas, el comercio, en fin... los negocios, todo eso, debes tener personal, es así, es una cuestión de estatus, tienes que vivir en un complejo residencial, con seguridad privada, tienes que llevar a tus hijos a la mejor escuela privada de Londres, tienes que comer... yo qué sé, una ensalada traída de Perú o lo que sea [...]».

Lo que sea. Porque todo es posible.

SERVIR A LOS RICOS. UNA MIRADA CRÍTICA A LA INTIMIDAD DE LA ÉLITE SOCIAL Y ECONÓMICA.

Editorial Península. 20,90 euros. Puede adquirirlo aquí.